Marzo de 2016. Crisis capitalista mundial. En Francia, el gobierno “socialista” impulsa una reforma laboral antiobrera. Comienzan a producirse levantamientos, movilizaciones y ocupaciones de plazas. La clase obrera francesa entra en acción. Un grupo de jóvenes estudiantes y trabajadores toma la plaza de la República, noche tras noche. El movimiento se conoce como “Nuit debout”, que se podría traducir “noches de pie” o “noches despiertos”. La prensa asimila este agrupamiento con los “indignados” del 15M en España.
Pero, reconoce La Nación (10/04/16), “Nuit debout está lejos de ser un movimiento espontáneo. Su historia comenzó el 23 de febrero durante la proyección de un documental, Merci patron (Gracias jefe), sobre la historia de una pareja de obreros despedidos de una fábrica del hombre más rico de Francia, Bernard Arnault, dueño del grupo de lujo LVMH (Dior, Céline, Sephora, Vuitton, etcétera), cuya fortuna personal se calcula en 38.000 millones de euros”.
Merci patron luego de un modesto estreno en 39 salas, suma diez más en la segunda semana, alcanza las doscientas en la cuarta y se consagra con 250 salas en la quinta semana. Pronto llega a superar los más de trescientos veinte mil espectadores. Se puede comprender su éxito meses más tarde cuando la movilización que era de miles, se convierte en millones de trabajadores que ganan las calles.
La cámara opaca ve la luz en este contexto histórico para reponer un debate que se diera en Francia entre tres revistas de crítica cinematográfica (Cahiers du cinéma, Cinéthique y La Nouvelle Critique), apenas acontecidos los sucesos de Mayo del 68, entre los años 1969 y 1971. El debate, atravesado por una fuerte influencia del pensamiento althusseriano, se concentrará en el análisis teórico del cine como dispositivo ideológico, que no puede desdeñar el carácter capitalista de las relaciones sociales que están tras la técnica necesaria para producirlo. Si bien, algunas de las posiciones vertidas (sobre todo las de Cinéthique) comportan un callejón sin salida para el cine, la recuperación del debate en la actualidad cobra mayor interés, en tanto que se vuelven a reunir históricamente las condiciones para el desarrollo de una intervención práctica sobre situaciones sociales convulsivas, desde el cine, considerando la preocupación por lo ideológico y el destino de la lucha de la clase obrera.
En la presentación del libro realizada en el BAFICI compartida por el compilador, Emiliano Jelicié, con David Oubiña y Eduardo Grüner; Oubiña destaca que la antología que rescata la compilación “no es meramente arqueológica, en la medida en que los textos continúan siendo estimulantes para pensar sobre los nuevos modos en los que vemos cine” Mientras que para Grüner, la materia de los textos se destaca por el valor refrescante que le otorga a la aparición de expresiones como “lucha de clases”, “proletariado”, o “cine revolucionario”. A la vitalidad que le otorga al debate sugiere, y coincidimos con él en este punto, la necesidad de prolongarlo incluyendo actores que lo enriquecerán como el análisis de Walter Benjamin, del cual destaca su comprensión de que el cine inaugura una nueva relación de las masas urbanas con el arte y, por lo tanto, sugiere que un cineasta crítico (y revolucionario, porqué no) no sólo debe hacerse cargo de los efectos ideológicos del aparato sino del carácter trágico que puede suponer su uso propagandístico, por ejemplo, por lo nazis. Otra vez, la crisis capitalista, nos devuelve la actualidad del problema expresado en los ascensos de los chauvinismos, el proteccionismo y su propaganda de masas.
Si bien no constituye el centro del debate entre las revistas, La cámara opaca nos recuerda que los animadores de este debate también fijaron posición sobre la organización económica de la industria por el Estado. El asunto es imprescindible a la hora de poner en práctica una lucha ideológica de alcance masivo tras la toma de consciencia por los realizadores del carácter de su dispositivo.
La publicación del libro en la Argentina obliga a recordarlo entre los cineastas que se adentren en el debate teórico, ya que en su práctica cotidiana está planteada una nueva reformulación de las relaciones capitalistas que organizan la industria. En este punto, el libro recuerda las posiciones vertidas por los miembros de Cahiers du cinéma , cuando durante las jornadas insurgentes de mayo y junio del 68 fundaron los Estados Generales del Cine Francés y divulgaron una declaración que sostenía que “el cine francés en la actualidad es producido, distribuido y consumido en condiciones de esclavitud generadas por el sistema capitalista, el cual está protegido por un cierto número de organismos del Estado (…) por lo tanto, los films son reducidos al único nivel de mercancías…” .
Defendían la sindicalización, los salarios de los trabajadores de la industria y la libertad de expresión. Planteaban la destrucción de los monopolios, la creación de un organismo nacional y único de distribución y exhibición de los films; la autogestión contra la burocracia. Responsables elegidos por un tiempo límite, controlados y revocables; la creación de grupos de producción autogestionados, que no estén sometidos a la ley capitalista del beneficio; la abolición de la censura; etc.
Refrescar estos pasajes también constituye hoy un vital interés para el debate entre los realizadores. No son pocos los aportes.